Era la quinta vez en la semana que abría el casillero del correo con la ilusión de que estuviera ahí. Pero no estaba, no había llegado, era la primera vez que el monstruo corporativo que se come todo el mercado de las compras por internet me había fallado. Me frustraba no tener en mis manos ese pedido, pero también mis emociones se mecían en el oleaje de la ambigüedad.
Me daba algo de alivio ese retraso, inconscientemente le había dado un significado a esa demora y había decidido decretarlo como un presagio, un conveniente presagio.
Después de un par de días de insistentes visitas al casillero del correo, recibo una notificación en mi app de la caja que sonríe con la noticia: «Tu pedido está demorado, sentimos las molestias».
No lo siente, en absoluto, lo dice de la boca para afuera. Ella cobró y yo pagué. Ahora, es a mí a quien le toca esperar.
Vuelven a emerger mis dudas. «Mejor así», insiste mi lado supersticioso.
Una semana después, llego a casa luego de trabajar, o más bien llega lo que queda de mí. Un cuerpo cansado y adolorido, una mente fundida en un ánimo gris, y es cuando veo frente a mi puerta la ansiada caja repleta de expectativas. El cansancio se esfuma, los achaques cesan, mi mente da señales de vida y mi ánimo rejuvenece.
De los cinco libros que había incluido en el pedido, solo llegaron cuatro. Faltaba el que más deseaba leer.
«¿Cómo lo hicimos?», pregunta la aplicación. Solo dos opciones tengo: una mano con el pulgar hacia arriba y otra hacia abajo. Estoy tentado a pulsar la segunda, pero reflexiono y llego a la conclusión de que no ha sido tan mal trabajo.
Al menos enviaron lo que ya tenían en disposición, aunque tampoco están cerca de haberlo hecho bien. La calificación que merecen no está entre las opciones: una mano temblorosa de «más o menos», un «regular». En fin, un «peor es nada».
¿Por qué tenía tanta impaciencia por ese envío literario?
Por lo siguiente:
- El autor y yo nacimos un 11 de octubre, él en 1966, y yo en 1971.
- Ambos hemos escrito un libro para celebrar nuestros cincuenta años.
- La debilidad por las flacas ha marcado nuestras vidas.
- Él y yo hemos encontrado lo extraordinario envuelto en el celofán de la sencillez. Los verdaderos tesoros se esconden en lo habitual, jamás en la extravagancia.
- También somos colegas de profesión: soñadores.
Hasta que por fin sucedió. Estaba en casa pescando deliciosamente el placer del sueño cuando recibo una notificación en mi celular: «Tu pedido ha llegado».
Salto de la cama, mi esposa se asusta un poco y pregunta el porqué de mi brusca reacción, mi emoción me impide contestarle. Salgo de casa a la búsqueda de mi envío. Ya frente al casillero, por un segundo me paralizo; me ataca nuevamente la advertencia: «No lo leas». Pero venzo la duda. Y es que ese temor está fundado en una de las pocas diferencias entre el autor y yo: él está muerto, yo sigo vivo.
Por esa razón, creo que mi inconsciente pensó que la demora era una señal de que el día de mi inexistencia quizás tardaría en llegar como el paquete que estaba a punto de abrir.
Ya en mis manos el ansiado libro, me doy cuenta de que es más pequeño de lo que imaginé. Es rojo y tiene la cara de su autor, una bastante arrugada y barbada. Eran las huellas del cáncer en su rostro. Las letras superiores anuncian el título: «50 Palos» … Y sigo soñando. Abajo se lee: Pau Donés.
Creo que son pocos los que no han cantado, bailado e incluso reflexionado con algo de jarabe de palo.
La Flaca: Por un beso de la flaca daría lo que fuera. Por un beso de ella, aunque uno solo fuera, aunque solo uno fuera.
Agua: Razón y piel, difícil mezcla. Agua y sed, serio problema.
Humo: Ahora que cada suspiro es un soplo de vida robado a la muerte. Ahora que solo respiro porque así podré volver a verte.
Lo que tomó más de un mes esperar fue devorado en solo una noche. No hubo tiempo para el sueño y las fatales consecuencias del desvelo. No estaba leyendo a Sainz Borgo, ni a Claudia Piñeiro, tampoco Vargas Llosa, menos Borges, pero me cautivó como ellos.
La conexión fue instantánea, la sabiduría que dejaron sus páginas serán inmunes al olvido, quedaron alojadas en mí, por siempre. Aquí algunas de ellas:
- «Por favor, no dejen nunca que nadie se sienta solo. Eso es como el pasar hambre, pero en el terreno de las emociones».
- «Las caras que expresan ilusión son irresistibles, arrolladoras.»
- «Que perdamos miedo a la muerte, pero también le perdamos miedo a vivir.»
Este libro me conectó con el valor oculto en el pasaje que todos transitaremos: la muerte. Entendí que los que no quieren ni nombrarla están equivocados.
No se debe ignorar un proceso biológico ineludible. También es cierto que no se debe pensar en ella más de lo necesario. Ni se encubre, ni se invoca. Cuando asumimos que existe (realmente), valoraremos más el tiempo que estamos ejerciendo vida.
Malgastar cada minuto en algo que no estamos disfrutando es sencillamente un acto de cruel desperdicio. Así me queda claro que el concepto de muerte solo es válido si suma, jamás si resta.
Entonces quedo convencido que, sabiendo que estamos acá de pasada, que esto de la vida se trata de un rato y ya, no esperemos más en montar una fiesta en este piso que hoy arrendamos, ya que no hay renovación de contrato para seguir existiendo.
Por favor, no se equivoquen. No crean que porque hablo de estos temas me he convertido en un sanador de almas o en el chamán de la aldea. Nada más lejos de la verdad, ya estrenándome en los cincuenta estoy más irreverente, mucho más complicado e incluso insoportable. Si a veces no puedo conmigo, menos con los demás.
Escribí esta reflexión solo para mí, y ahora está a disposición y escrutinio de los demás. No sé si mis relatos serán buenos o malos, tediosos o novedosos, frescos o pesados. Pero auténticos sí son, como los garabatos.
Si desean acompañarme en una nueva temporada de aventuras en Historias de Drivers, con mucho gusto les haré un puesto. Sean todos bienvenidos.
El pasado 11 de octubre, el día que cumplía mis primeros o últimos cincuenta, nadie lo sabe, obedecí el consejo de Pau. Estuve haciendo lo que quise : caminé por Park Aveneu, mi avenida favorita en todo el mundo. Muchas cuadras fue de la mano de mi flaca, por un beso de ella daría lo que fuera. Un par de calles, quizás tres, las anduve solo – me acompañaron las personas que mi mente decidió invitar, estuvo papá.– Luego, brinde con café junto a mis amigos ricos de la gran manzana, esos que se disfrazan de locos y vagabundos, pero tienen una fortuna incalculable, se tienen a ellos.
Vi a unos cuantos pobres vestidos de Prada, mirándonos desde sus Mercedes Benz, con ganas de acompañarnos. Fue un buen cumpleaños.
Victor Bustamante
Excelente reflexion de Americo Ramirez sobre la inevitable parca a raiz de su lectura del libro de Pau Dones. Acabo de ordenarlo.