Web del escritor Américo Ramírez

Basado en hechos reales

Botox para el alma

Vi a Marieta soplar la velas sin fe ni entusiasmo. Sentí que, con esa actitud negativa, sería imposible que algún deseo se le hiciera realidad.

Inmediatamente, ella misma se aplaudió varias veces por extinguir las pequeñas candelillas sobre el número 55, que anunciaba su nueva edad.

Palmeó sus manos con tanta desgana, que me entristecí por ese despojo hecho mujer. Verla era una confirmación de que yo era el único ser sobre la tierra que tenía la paciencia y misericordia para quererla.  

Sirvió dos porciones del pequeño pastel de cumpleaños: la suya y la mía. A mí los momentos lúgubres y aciagos me dan hambre, no logro controlarlo, así que devoré mi trozo de panque en solo tres mordiscos. Tanto fue el desespero por comer, que manché la nueva camisa que me regaló para esta ocasión. 

Con delicada ausencia, limpió mi camisa con una servilleta mientras decía: 

– “Manolo, mira cómo dejaste la camisa nueva que te compré. A veces eres tan torpe, mi Manolo.» 

Cuando estuvo cerca de mi cara, quise decirle algo que consolara su tristeza, pero es que a mí no se me da muy bien esto de las palabras. A veces, el silencio es el mejor consejero. Así que callé una vez más y le agradecí con un beso en la mejilla. 

Marieta me correspondió y, luego, comió su trozo de pastel gimiendo en llanto.

Yo sabía por qué lloraba. Nadie la conoce como yo. He sido varias veces testigo de los arrebatos de ira con los que ha alejado a todo el que se le acerca. Lo ha hecho con todos los que ponen un pie en esta casa.

Ya no hay técnico de aire acondicionado que quiera hacerle mantenimiento a nuestros equipos. Nuestra dirección está vetada en el gremio de los reparadores de estos aparatos, tan necesarios en esta calurosa ciudad. 

La última vez que se rompió el acondicionador de aire, pasamos dos noches en el mismísimo infierno. Marieta tuvo que contratar a un técnico de un pueblo vecino, donde su récord de mala actitud aún no estaba registrado. 

Esa última vez, mandó que cambiaran todo el sistema de refrigeración para evitar por un buen tiempo futuras visitas de una federación que nos odia. Mejor dicho, que la odia. Aun así, terminó en malos términos con el experto forastero.

Ya no tiene amigos y sus familiares la evitan, solo le quedo yo.

Un par de veces, Marieta ha intentado contarme qué la llevó a tan monumental infelicidad –fue su primer y único matrimonio–, pero luego de animarse, se retracta y nunca llega a los detalles. 

Ella piensa que aún soy muy joven para entender estas cosas. Pero se equivoca: tengo casi trece años, debería decírmelo todo, ya que también padezco las consecuencias de la amargura que heredó de ese señor que fue su esposo. Ese que la llenó de tanto odio, que ahora ella es el mismísimo odio.

En honor a la verdad, también he sido testigo de que Marieta ha intentado cambiar. Ha querido vencer al propio monstruo en el que se ha convertido. 

En su cumpleaños 54, hace un año, se quiso regalar una vida nueva. Por una semana, se fue de casa. No sé a qué. Contrató una niñera para que me cuidara (sé que le costó una fortuna, pero cuando se trata de mí, es muy generosa). 

A su regreso, entró a nuestro hogar con tantas ganas de verme que corrió a besarme y yo le hui. ¡Qué vergüenza! Me sentí como un malagradecido –es que me costó mucho reconocer que era ella–. 

Sus labios, esos con los que intentó darme el infructuoso beso, estaban deformados, hinchados, abombados… Primero, pensé que la habían picado las abejas, pero cuando volteó a buscar en su equipaje un regalo que me trajo, vi que su trasero también estaba inflamado y rechoncho. 

– Ya, Manolo, ¡dime cómo quedé! Me pusieron bótox en los labios y en las nalgas. También me quité toda la grasa con la liposucción. ¡Estoy hecha un bombón! ¿Qué dices, Manolo?

Repito que soy malo con las palabras y más si son para mentir, entonces contesté –imitando a un lobo aullándole a la luna–: 

– ¡Auuuuuuu!

– ¡Qué cómico eres, Manolito!

Seguidamente, se inscribió en el gimnasio. Hacía aeróbicos, zumba, bicicleta, etc. Hizo un grupo de nuevas amigas que empezaban a frecuentar la casa, dándole un poco de vida al hogar. Incluso, dio la milla extra cuando decidió permitirse un amorío con el entrenador del gimnasio.

Claro que fue clara y directa conmigo cuando empezó a salir con el fortachón: 

– Manolo, quiero que sepas que tú eres lo más importante para mí. Aunque no seas mi hijo, te quiero como si lo fueras. Nuestro amor es para siempre.

No tenía por qué recordarme que me quería, lo he sentido siempre. No sé qué hubiera sido de mi vida si no me hubiese adoptado.

Las nuevas amigas fueron desapareciendo una a una, como tenía que pasar. Todas fueron envenenadas por las toxinas que emanaban de mi querida Marieta. 

El último en irse fue su amante y, a la vez, entrenador. Dijo que iba a correr una maratón y nunca más volvió. ¡Qué maratón tan larga! – pensé. 

Cuando supo que su acidez había corroído su último intento de amar, me dijo abrazándome:

– Manolo, ni el bótox, ni la liposucción me sirvieron.

Esta vez sí tenía una respuesta para darle, pero me fue imposible, así que solo volví a pensar:

– Querida Marieta, tú no necesitas bótox para los labios, necesitas bótox para el alma.

Por eso, ahora lloraba en su cumpleaños 55, mientras comía su pastel.

Luego de la patética celebración, Marieta me pidió que durmiera con ella. No quería amanecer sola el primer día de sus horrendos 55. Yo siempre le hago caso. Ya en la cama, me quitó la camisa que manché con la crema del pastel. 

Se durmió abrazándome, sin embargo, yo no lograba conciliar el sueño. Me preocupaba pensar en cómo sería el futuro de esa pobre mujer, si yo le llegara a faltar. 

Trece años es poco para un humano, pero no para mi raza. Ya soy un perro de 72 años, estoy viejo y un poco cansado. Creo que he envejecido más por tragarme todo el rencor, la tirria y hostilidad de mi dueña.

Ojalá no espere mi muerte para adoptar a otro como yo. Es mejor que lo traiga mientras todavía estoy vivo. Debo entrenarlo en el arte de la paciencia, del consuelo y de dar alegría a mi ama, que tanto lo necesita.  

Porque para nosotros, los perros, nunca habrá un humano malo. Ni siquiera la propia Marieta.

  1. Maximiliano

    Muy buena la figura del pensamiento del perro. Al final sorprende al lector. Felicitaciones

  2. Andrés Díaz

    Me gusto que la lectura me tomara por sorpresa con el pensamiento del perro ¡Muy bueno!

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