Web del escritor Américo Ramírez

Basado en hechos reales

Rambo

– Adrián, debo salir el fin de semana ¿Puedes cuidar mi casa? – pregunta Pedro a su hermano menor.

Pedro es servicial, protector e incondicional. Así que, pese a la gran flojera emocional que lo caracteriza, Adrián decide aceptar. Sería un acto vil y desagradecido no colaborarle.

Dentro de las obligaciones de cuidador se desprenden:

  • Atender a Doña Cata, madre de los hermanos. Eso no supone un sacrificio, al contrario, es una oportunidad para que Adrián reciba las atenciones de su mamá, siempre especiales para el pequeño de la camada.
  • Encender y apagar las luces, regar el jardín, sacar la basura, etc. Son cosas sencillas de hacer, pero el organizado Pedro es un aficionado de los avances tecnológicos, su casa es inteligente, las luces prenden y apagan solas, los surtidores de agua se activan automáticamente para hidratar el césped, entre otras novedades. 
  • Cuidar a sus dos mascotas, Rambo –un bulldog americano, imponente– y Silvestre, un gato callejero que salvó de ser arrollado. Pedro, como amante de los animales, un veterinario frustrado, ha tejido un vínculo tremendo con sus amigos cuadrúpedos.

Adrián tampoco ve problema en atender a los animales. Aunque no es un gran fan de ellos, ha convivido toda su vida con algunos. 

También le parece una buena oportunidad para reforzar su posición de no tener mascotas en casa, algo en lo que Alejandro, su hijo de 11 años, insiste repetidamente con el voto a favor de su madre, Alexandra.

Adrián, ya en casa de su hermano, piensa que las cosas van a ir bien. Se ducha, se pone un pijama cómodo, ordena su ropa sobre la cama del cuarto de huéspedes, abre el refrigerador, saca una cerveza bien fría para despedir la dura semana de trabajo, le sirve una copa de vino a su madre –quien está en otro sillón reclinable viendo la gran TV de 85 pulgadas–, y ambos comparten una película de suspenso. 

Él prepara unos perros calientes como cena, será una buena noche del viernes, piensa el optimista cuidador.

Camino al sillón que ofrece masajes y que despliega una pequeña mesa para comer, Adrián se encuentra a Rambo usurpando su puesto. Sus colmillos inferiores sobresalen de su boca y su cara arrugada denota una decisión firme de no moverse. Adrián lo empuja levemente para hacerlo bajar del sillón. Los primeros dos intentos fueron acompañados de un grueso soplido que hizo temblar los pliegues del hocico de Rambo. Era un conato de ladrido, que salía de su diafragma ratificando su decisión de permanecer inmóvil. 

El tercer y último empujón fue respondido con un fuerte mordisco al aire. La colina había sido tomada. Una bandera imaginaria con la cara de un bulldog ondeaba con la brisa de la victoria en la mente de un Adrián vencido y algo asustado.

Así las cosas, no tuvo otra opción que arrastrar la pesada mesa del centro de la sala hasta un sofá individual que estaba lejos de compararse con la soberbia calidad del sillón de Pedro.

Adrián, ya reubicado en una posición no tan cómoda como la que sus expectativas le habían sugerido, ve a Rambo abandonar la colina conquistada y dejar la escena. Tal vez ya demostró quien es el jefe.

Un par de minutos después, Doña Cata le dice a su hijo:

– Rambo está muy silencioso. Ve a ver qué está haciendo.

– Comamos tranquilos, seguro está cansado y se durmió.

– No creo que duerma a esta hora, mejor ve. 

Adrián solo ha podido dar un mordisco a uno de sus hot dogs, el otro promete enfriarse. Aun así, obedece a regañadientes a su madre. Nada nuevo en él.

Al llegar a la habitación de huéspedes, encuentra a Rambo friccionando con fervor sus prominentes mejillas en la ropa de Adrián. Al amonestarlo con más intensidad que en la batalla del sillón, el perro contesta de la misma manera, gruñendo con su particular estilo.

Esta vez, el vencido no piensa capitular. Esa no es una opción. Así que decide expulsar al enemigo de su territorio. Rambo se da cuenta de que el contraataque es serio y decide huir, pero no sin antes llevarse el calzoncillo preferido de Adrián, el que tiene los dibujos de Pacman. Eso irrita más al ultrajado y divierte más al agresor. 

En medio de la persecución, doña Cata llama a Adrián casi gritando y él responde de la misma forma:

– ¿Qué pasa mamá?

— ¡Silvestre se montó en la mesa y se llevó la salchicha de tu perro caliente!

– ¡Gato, hijo de p…! Se ve que viene de la calle.

Adrián respira profundo. Está indignado. El hot dog desvalijado por Silvestre es el que estaba completo, el mordido ni lo tocó.

Ya más tranquilo sobre el sillón de Pedro, ve entrar al perro belicoso a la sala, que deja en el piso el húmedo calzoncillo de Pacman. Es una señal de tregua. Se pone al lado de Adrián agitado, su respiración lo demuestra. Doña Cata le advierte que los perros de nariz achatada tienen problemas respiratorios con frecuencia y escarmienta a su hijo por haberlo correteado por toda la casa. Él se queda callado ante la injusta llamada de atención.

Ya a punto de retomar su cena, el cansado Rambo estremece su cara con fuerza expectorando una masa gelatinosa y burbujeante de babas que cae encima del kétchup y mostaza del hot dog. 

Adrián cuenta hasta 50, ya que hacerlo hasta 10, 20, 30 y 40 no es suficiente para contener su ira. Tal vez es hora de irse a dormir, terminar un mal día con la esperanza de que el próximo será mejor.

Rambo no duerme solo, así que empieza a golpear la puerta con una de sus robustas patas delanteras. No hay más remedio, Adrián debe dejarlo entrar. Esa noche, el huésped asistió a un concierto de interminables ronquidos estruendosos. Aparte del ataque sónico, uno que otro ataque químico emanaba del intestino de Rambo y sometía el olfato de Adrián a una situación extrema.

Al levantarse, pero sin haber dormido nada, algo que estropea el humor de Adrián, encuentra la basura de los cestos regados por todo el piso de la cocina. Era el recibimiento felino de Silvestre a un sábado prometedor.

Rambo debe salir al jardín a hacer sus necesidades, pero está dormido. Adrián ha confirmado toda la noche que ese intestino canino debe ser evacuado, así que lo despierta. Es un problema hacerlo salir al jardín, es el único perro en el mundo al que no le gusta salir de casa. 

Ya en el césped y luego de terminar su misión, decide emprender una inesperada huida hacia una calle transitada.

Como jugador de fútbol americano, Adrián saca una agilidad poco vista en él, se abalanza sobre el rápido bulldog y lo neutraliza luego de un forcejeo sobre el césped, que casualmente empieza a ser regado por los surtidores automáticos.

Abortada la huida, carga al pesado animal adentro de la casa. A los pocos minutos recibe una llamada de su hermano y piensa: “Seguro que Pedro vio por las cámaras de seguridad la manera ágil y protectora con la que salvé a Rambo y quiere agradecerme”.

La cara de Adrián se desfigura de sonrisa a enojo lentamente, cuando su hermano le reclama que esa raza tiene la tráquea muy frágil y el haberse lanzado violentamente sobre él es muy peligroso. Además, cargarlo de la forma como lo hizo es malo para las patas del animal, y encima debe secarlo antes de que se resfríe.

El escarmentado no dice nada, quiere evitar discusiones. Al colgar la llamada siente un olor repugnante, entonces se da cuenta de que no solo se había abalanzado sobre el escapista bulldog sino también sobre sus desechos.

Adrián, al tomar una ducha, remeda burlonamente la voz de su hermano:

– «Cuidado con la tráquea, las patas son delicadas, no lo agiten, su respiración es frágil». Debieron llamarlo Campanita y no Rambo. ¡Perro mariquita! No aguanto más, me voy a casa. Que se la arreglen solos, yo no estoy para esto.

Al llegar a su hogar y contarle su decisión de claudicar a la ayuda ofrecida, su esposa Alexandra lo hace entrar en razón. Su habilidad como maestra ha servido para educar constantemente al complicado Adrián con amor y firmeza. Es su alumno permanente. Le hace ver que debe ser más sensibles con los animales y también pensar más en los demás y menos en él. Y termina diciendo como penitencia de aprendizaje:

– Mañana domingo, después de que regreses de casa de tu hermano y cumplas lo prometido, vamos a ir a comprar la mascota de Alejandro. La que él decida.

Adrián, anestesiado por las palabras de su esposa, no deja de imaginarse la vida, su vida, sumergida en un eterno caos con un perro o un gato haciendo de la suyas. 

Domingo, cuatro de la tarde. Adrián está en el parque donde se reúnen todos los vecinos con sus mascotas. La elección de Alejandro es la sensación del día. Todos están atónitos viendo sus imponentes patas delanteras, son aguerridas al igual que hermosas, su definido y torneado cuerpo color azabache brilla y su larga cola impone respeto y es admirada por los boquiabiertos asistentes.

Una hermosa joven se acerca y le pregunta coquetamente si puede pasear al flamante animal. Adrián contesta que sí. Él lamenta descubrir a destiempo que las mascotas son buenas para ligar, le tocará a su hijo usufructuar la táctica. 

La voluptuosa chica pregunta:

– ¿Es tranquilo?

– Muy tranquilo – responde Adrián, con sonrisa de vendedor de autos usados.

– ¿Es obediente?

– Como ninguno.

– ¿Cómo se llama? 

– Sebastián, así le puso mi hijo.

– Qué original idea tuviste al comprar un escorpión como mascota.

— Es que amo a los animales, sean como sean. Soy muy sensible con ellos.

  1. Maximiliano

    El amor y el odio por las mascotas esta llena de matices. Este relato de forma humorística,hace honor a esa relación tan versátil entre el ser humano y las mascotas
    Felicitaciones

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