Web del escritor Américo Ramírez

Pura ficción

Un informe espacial

Las decenas de avistamientos de objetos voladores no identificados sobre los cielos de la Tierra se hacían cada día más evidentes. 

Pilotos de vuelos comerciales filmaban desde el aire, en sus cabinas de mando, cuerpos luminosos que se estacionaban en el aire. Después de un corto tiempo en reposo levitando sobre la atmósfera, retomaban un curso desconocido a velocidades absurdamente impresionantes. 

La información no podía esconderse como hacía décadas atrás. Los pilotos aéreos se convirtieron en reporteros, colgaban el contenido grabado en las redes sociales haciendo correr la información tan rápido como los extraños visitantes.

Las imágenes produjeron en la población mundial distintas reacciones: asombro, temor, curiosidad y, en algunos, la convicción de que sus teorías extraterrestres no yacían solo en el imaginario. 

Las agencias de seguridad e inteligencia espacial, percibiendo que la información se les escapaba de las manos, empezaron a admitir con cierta sutileza ante los medios de comunicación que, posiblemente, no estábamos solos en el vecindario cósmico. Que algún tipo de vida, aunque fuera microscópica, podría estar alojada en algún rincón del universo.

Pero, a punto de que los organismos oficiales tuvieran que desvelar información confidencial, algo cambió. De pronto, el caudal de estos peculiares encuentros cesó de manera tajante. Los pilotos no se toparon más con estos fenómenos y los cielos dejaron de ser invadidos por fugaces y supuestos intrusos de otras galaxias. 

Las agencias ya no sentían la presión de tener que informar algo, así que prefirieron reservarlo solo para ellos. Y, como toda noticia, después de semanas dejó de serlo y otros temas como la muerte de la longeva reina acapararon la atención mundial.

 ¿Qué había pasado? ¿Por qué cesaron los avistamientos? La respuesta estaba en el espacio, a millones de kilómetros de distancia, en la hermandad denominada Jades: una confederación integrada por los tres planetas más prósperos y evolucionados del universo, Doblinskis, Kendronis y Wilouxis. El comandante Atajis, jefe designado para la misión exploratoria a la Tierra, rendía su informe ante el parlamento intergaláctico: 

Estimados senadores de este parlamento, 

Luego de las distintas incursiones espías que me fueron ordenadas para informar sobre el planeta con mayor reserva de combustible hídrico del universo y que sus habitantes denominan de forma errónea como Tierra, informo lo siguiente:

Aunque el planeta está dotado de gran diversidad de recursos, los cuales requerimos para nuestro progreso, encontramos que sus sociedades son alarmantemente arcaicas, para no decir primitivas. Esta característica es el producto de un instinto altamente divisionista y egoísta que, aplican tercamente a casi todos los ámbitos donde se desarrollan. 

En lo místico, son un desastre. Los terrícolas han abarrotado sus culturas de dioses y religiones, como si se tratara de un bazar de bisutería. Cada mitología tiene un mandatario, un capataz, que asegura haber sido proclamado como el elegido por su ente supremo. Cada secta funciona con viejos manuales de procedimientos punitivos. Además, estos librillos están repletos de pasajes fantasiosos que sus fieles tratan de cumplir ciegamente, sin juicio alguno, desprovistos del más mínimo sentido común. 

La mayoría de quienes siguen a estas agrupaciones son chantajeados con el temor a que no se les dé entrada después de su muerte al paraíso o a los cielos. Estoy convencido de que el término “cielo” es metafórico, ya que en mi expedición surcando su espacio aéreo, jamás me tope con una reserva natural donde vayan a dar las almas de los fallecidos. 

En cuanto a sus gobiernos, repiten el esquema de la calamidad. Aunque han hallado un sistema de representación bastante aceptable y funcional, el cual llaman democracia y que consiste en que la mayoría elige libremente a sus gobernantes por intervalos de tiempo, con el propósito de conseguir la alternancia en el mando, usando contrapoderes que balanceen la autoridad de su ejercicio y así evitar el autoritarismo. 

Pero de cualquier forma, en la gran mayoría de naciones (nombre con el que se dividen), este sistema no se cumple a cabalidad, ya que esa forma de elegir gobiernos es constantemente adulterada y pervertida después de la fase electoral por el propio gobierno, con la única finalidad de que el elegido puede eternizarse en el poder. 

No importa si el mandatario pertenece a la derecha o a la izquierda, manera como se distinguen ambos bandos. Por lo general, los dos lados son igual de corruptos y autoritarios. Su único objetivo es adueñarse del poder el mayor tiempo posible.

Sobre la convivencia, la han convertido en una fatalidad. No ha existido sobre ese planeta ni un solo día de paz en su calendario, ni uno. Guerras externas e internas los sacuden constantemente. Soldados alzan y ondean variedad de estandartes y banderas con las que demarcan divisiones territoriales e ideológicas, a las que llaman con orgullo «patria». Califican al vecino como extranjero y, al semejante, como distinto, olvidando por completo que son la misma especie pisando el mismo suelo. 

En su entorno ambiental, son depredadores. Carecen del mínimo instinto de supervivencia. La mayor muestra de esa apatía a su propia conservación es que su termómetro marca más y más calor, desquiciando el equilibrio climático. Masacran sin piedad a su fauna hasta llevar a algunas especies al punto de la extinción. También observé y documenté desde mi nave el común y repetido resplandor de las llamas consumiendo sus bosques y selvas, o cómo –a causa de las altas temperaturas– se deshielan inmensas masas de frío, ahogando progresivamente costas e islas.

El único espacio de tiempo donde estos índices negativos bajaron significativamente fue cuando, por obra humana, regaron un peligroso virus entre ellos y estuvieron largo tiempo encerrados en sus casas.

En lo cultural, han perdido un hábito muy enriquecedor: la lectura. Sus teatros y librerías cierran por falta de interesados. Pocos son los que se emocionan cuando admiran una pintura o una escultura. 

Si ustedes, excelentísimos senadores y guardianes de nuestra honrosa galaxia de Jades, tienen alguna duda del proceso de involución cultural que están viviendo los moradores de este planeta, les he traído un par de grabaciones de uno de los entretenimientos más populares y hermosos que tienen. Lo llaman canciones. El primero es de hace cuarenta años, mientras que el segundo es reciente.

Escuchen:

«Y se marchó

Y a su barco le llamó Libertad

Y en el cielo descubrió gaviotas

Y pintó estelas en el mar.”

Los senadores Doblinskianos, Kendrinianos y Wiloxinianus no pudieron evitar mecer sus alargadas cabezas, que envasaban sus cerebros sobredimensionados de saber, enternecidos con el suave ritmo de aquella hermosa letra.

– Ahora, les pondré las canciones que los terrícolas escuchan actualmente, y que son número uno en reproducciones – anunció Atajis. 

Un alargado bostezo empezó a salir de los altavoces del salón:

“Si te lo meto, no me llame’

Que esto no e’ pa’ que me ame’ 

Ey, Ey, Ey”

La contundente prueba del deterioro cultural de la especie dio absoluta fidelidad al informe que el comandante había redactado.

Atajis se quedó callado unos segundos. Un instante reflexivo antecedió el final de su discurso:

– Excelencias, en cada misión que ejecuté para conseguir la información que les he presentado, antes de regresar a mi base, siempre detuve mi nave por breve tiempo para descubrir más de esta raza tan controversial. Y los observé cuando no actuaban como secta, tampoco como partidarios o patriotas, y mucho menos como depredadores. Los vi en su fase más individual y genuina, cuando actuaban como personas provistas de incalculable fe, con deseos de igualdad y justicia, armados con el deseo de vivir en paz y conviviendo armónicamente con su entorno. Este comentario que hago, a pie de página, no altera los hechos ni la información recaudada. Solo es una reflexión individual que deseaba compartir. El humano en espíritu es bueno, se vuelve hostil e irracional cuando se apandilla en causas innobles. 

Atajis se expresó con un celaje de simpatía. Algo de la complicada raza había conmovido su obediente espíritu. 

– Mi consejo a este parlamento es, por ahora, no invadir la Tierra. Su proceso de autodestrucción es inminente, ya que sus propios habitantes lo han puesto en marcha. Solo es cuestión de tiempo. Cuando volvamos, varias generaciones después, para buscar los recursos que poseen y son indispensables para nuestro desarrollo, ellos habrán hecho el trabajo por nosotros. 

Los senadores respaldaron la propuesta del comandante Atajis. La Tierra se había salvado, por el momento, de una inminente invasión.

Lo que no contaba el informe del comandante era la extraordinaria capacidad humana para empeorar y complicar las cosas. En la Tierra, un grupo de científicos bien intencionados, pero demasiado atrevidos y curiosos, había estudiado por años con dedicación e inteligencia la manera de proteger a la Tierra si esta corriera la amenaza de ser impactada por un asteroide. Como ensayo, enviaron al espacio una nave suicida para que colisionara contra Songo, una de las tantas rocas meteóricas gigantes en órbita y que no representaba ningún peligro para el planeta azul.

Como fue diseñado y planificado con exactitud, la nave se estrelló sobre la gran masa rocosa. Aunque su fin no era destruirla, sí logró el objetivo de desviar su trayectoria. La nueva e inesperada ruta de Songo la hizo chocar con su similar, Borondongo, y como si fuera un efecto dominó, Borondongo le dio a Bernabé. Y esta le dio a Muchilanga, hasta que la más grande de todas llegó a impactar a Kendronis, uno de los tres planetas pertenecientes a la alianza galáctica causandole daños irreparables.

Al concluir la investigación del ataque sorpresa que sufrió Kendronis, se determinó que la trayectoria de la nave kamikaze provenía de la Tierra. El comandante Atajis recibió una orden del parlamento para liderar la invasión inmediata al planeta agresor.

Aunque el comandante sabía que el hecho había ocurrido sin mala intención, no podía cuestionar ni objetar la orden. Así que subió a su rápida máquina intergaláctica y pensó: «Un error humano más, creerse los dueños del universo».

Luego de prepararse para guiar al ejército ocupante, Atajis arrancó los motores de su nave, encendió su radio y se fue a invadir la Tierra cantando:

«Si te lo meto, no me llame’

Que esto no e’ pa’ que me ame’ 

Ey, Ey, Ey»

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